En el Mercado Mayoreo de Managua el ajetreo es intenso: camiones cargados de plátanos y chiltomas echándose de retroceso casi que encima de la gente; vendedores ambulantes pregonando llaveros y gafas de sol a todo pulmón; carteristas sudorosos cazando distraídos, y predicadores evangélicos amenazando a los impíos con el fin del mundo.
Variopintas secuencias de un microcosmos que reverbera como una olla de frijoles hirviendo. Un bullicio constante que no distrae a un hombre con aspecto de jugador de beisbol que atento y jovial despacha a un cliente mientras otros esperan su turno.
El vendedor es Víctor Urbina, un especialista en el arte del regateo y la buena atención. Cualidades que lo posicionan ante sus clientes cómo un tipo considerado; es decir que nunca busca sacar ventaja, y solo procura brindar el mejor precio y la mejor calidad en sus productos.
Hijo de negociantes y emprendedor nato, este joven rivense también es agricultor. Pero esa es otra historia.
Hasta hace algunos años, Víctor se dedicaba exclusivamente a su negocio de frutas y verduras en el Mayoreo. Emprendimiento que, bajo la supervisión atenta de sus padres, iba creciendo y creciendo de modo generoso.
A Víctor la experiencia le dio las claves principales del negocio. Por ejemplo, que los vegetales, frutas y verduras siempre deben tener cierto estándar de frescura y calidad. Es decir que el consumidor siempre querrá que tanto los plátanos, como las chiltomas, las papayas, las sandías, y resto de vegetales, deben tener buen tamaño, turgencia y gusto. Porque una buena fruta, bien cuidada, le dura más a los consumidores.
Entonces pensó que una solución sería establecer su propia cadena de valor, al menos en los productos de más demanda.
Da la casualidad que para entonces su papá enfermó, y a él le tocó asumir el roll en la finca familiar de Tolesmayda, en Buenos Aires. Era su oportunidad, pues, aún la finquita recién adquirida no estaba siendo explotada a como era debido. Por supuesto que no sería sencillo. Sabía que tendría que trabajar triple. Pero el reto en vez de desanimarlo lo motivó.
Hoy día Víctor tiene el control sobre la calidad y manejo de las papayas, limones, tomates, plátanos, chiltomas y otros vegetales que ofrece a su clientela.
Es obvio que fueron años de entrega y esfuerzo redoblado. Años de levantarse oscuro y acostarse a deshoras. Tiempos de sacrificios económicos y físicos. Años de construcción y aprendizaje que hoy le dan un rédito satisfactorio.
En medio del papayal, Víctor corta una papaya y la parte en pedazos. Reparte las jugosas rebanadas entre sus amigos que lo visitan, y luego con presunción certifica que nunca ha aplicado Hoja Verde-Etlefon para apurar la maduración de los frutos. Una decisión que le asegura atributos muy particulares a sus productos.
Víctor no rehúye confesar la fórmula de su éxito: trabajo, trabajo, trabajo y la aplicación de foliares MILAGRO.
Antes de aplicar los productos MILAGRO Víctor tuvo golpes que lo volvieron un hombre suspicaz, desconfiado. ¿La Razón? Pues haberse puesto en manos de gente que solo veían en él una venta más. Pero cuando apareció al ingeniero Junior Gómez de PROFYSA se relajó: Junior no le llegaba con cuentos. Llevaba la solución como caída del cielo. «Como anillo al dedo».
Aplicando ALBAMIN, ACTIVA, MIPOTASIO, CALCIBORO, BORAMIDE, todos los PROMET y resto de foliares MILAGRO en sus cultivos, Víctor por fin tuvo resultados efectivos y eficaces. Por fin acabó la malnutrición, las plagas y las muertes.
Hoy por hoy, Víctor le tiene un amor a la agricultura que no pensó llegar a tener nunca.
«Me dieron en el matado», afirma categórico en su finca de Buenos Aires, Rivas.